Capítulo 3 Nochebuena de 2051 Cómo me fui.

Y tan neurótico era y lo fui durante tanto tiempo, que a lo largo de toda mi vida fui probando una tras otra, las diferentes técnicas y disciplinas que las sucesivas modas recomendaban para equilibrar cuerpo y mente. De manera que no era por casualidad que aquel veintitrés de diciembre por la mañana, sin tener ni idea de lo que se me vendría encima, me encontrara practicando en la salita de estar de mi casa las rutinas que había aprendido de Kristabel Kundalina, la profesora de yoga de la “Llar d’avis de La Caixa. “Inspiración, espiración, me concentro en la respiración, inspiración, espiración, noto como circula la sangre por mis venas, me pesa una mano, inspiración, me pesa la otra, espiración, me pesa un pie, inspiración, yo lo peso todo, digo perdón, todo yo peso, espiración…” De pronto, al sonido de los latidos de mi corazón se le sumó un silbido lejano que se oía cada vez más fuerte hasta que me obligó a abrir los ojos para percatarme de lo que sucedía. Horrorizado, a través de los cristales de la ventana pude ver la cara de pánico de Florinda, mi exmujer, acercándose a toda velocidad montada en un dron plateado con rayas amarillas y fucsias. No me dio tiempo a pensar. En un acto reflejo me puse a salvo dando un enorme salto, parapetándome detrás del piano para dejar la ventana libre de paso. Conteniendo la respiración, esperé el inevitable desenlace que sucedió instantes después de la siguiente manera:

  • Florinda y su dron, chocaron contra y rompieron en mil pedazos, los cristales de la ventana de la salita de estar de mi casa.
  • Traspasado el umbral, Florinda y su dron, fueron a empotrarse en un mapa enmarcado de los “Països Catalans” que tenía colgado en la pared de enfrente de la ventana y al que tenía especial apego por ser un regalo del novio catalanista de la portera de la casa donde pasé mi infancia.
  • Durante unos segundos se hizo el silencio y se congeló la acción hasta que a Florinda, que había quedado colgada del marco del cuadro, le fallaron las fuerzas y con las uñas hendidas en el enyesado de la medianera, empezó a resbalar lentamente, marcando a medida que descendía ocho surcos (cuatro por cada mano), a la vez que musitaba con voz trémula y asustada “visca Catalunya lliure”
  • Florinda se posó suavemente en el suelo de la salita de estar de mi casa.

Soltando el aire que aún contenía, mientras me sacudía los cristales rotos, respondí con el único hilo de voz que aún me quedaba “ visca, visca ¿A qué debo tan inesperada visita?

-Vaya piñazo- susurró Florinda levantándose del suelo y llevándose las manos a las lumbares.

– Que qué haces aquí- insistí. – ¡Que qué cojones quieres y por qué te presentas así de esta manera, hostia ya!

– Veo que no has cambiado Tito, tú siempre tan desabrido.

– Y tú tan meteórica. ¿Te parece normal interrumpir mis ejercicios de yoga cargándote los cristales de la ventana del comedor? Menudo susto me has dado – le dije al tiempo que le acercaba el frasco de Betadine y unas tiritas.

– Olvida las maneras Tito, lo importante es que he llegado.

– Y que nadie te ha llamado.

– Pero no hubiera venido si no fuera por algo importante.

-Mucho lo ha de ser para justificar este estropicio, a ver, habla que me tienes en ascuas.

– Atiende niñato- empezó a exponerme-, pasado mañana es nochebuena y hemos quedado para cenar en familia mi hermana con su marido, sus hijos y los hijos de sus hijos. Vendrán también tus dos hijos con sus respectivos hijos, o sea tus nietos. Estará también Asier, mi novio vasco del cual sigo igual de enamorada o más que el primer día, y al que por gracia de Dios conocí al poco de tomar una de las mejores decisiones de mi vida: abandonarte. Me gustaría que hiciéramos las paces Tito, que vinieras a cenar y tomáramos como referencia estas fechas tan entrañables para iniciar una relación cuanto menos cortés. Somos personas adultas y occidentales, ¿no te parece?

– ¿Occidentales, pero qué hablas?

– Sí, occidentales, ya sabes, los valores: la libertad, la fraternidad, la familia, todo eso…- Mira Tito- prosiguió- Estamos ya en el ocaso de nuestras vidas y no quiero abandonar este mundo sin estar en paz conmigo misma y con los míos, y tú, aunque muy a pesar mío, formas parte de mi entorno más cercano: eres el padre de mis hijos. Ven a cenar por Nochebuena, te lo pido por favor, hagamos los dos un esfuerzo.

– Buuuuuuuf- resoplé- A ver, ¿la Despe puede venir también? Ya que viene tu novio Asier, digo yo que la Despe debería venir también ¿no? – Despe, era el apodo de mi pareja, en realidad se llamaba Despechada Linóleum, pero cuando los dos decidimos no ocultar más nuestra relación y acudir a los actos sociales juntos, acordamos, creo yo que con buen tino, no presentarla como Despechada Linóleum, sino como Despe Li aprovechando que sus ojos medio achinados le conferían un cierto aire oriental. Faltando a la verdad y para darle al relato una pátina romántica, contaríamos que nos conocimos siendo ella azafata de vuelo de las líneas aéreas Mongolas, en un viaje de negocios que hace años realicé para tantear la posibilidad de establecer relaciones comerciales con los nómadas de la estepa, a la par que prósperos vínculos de confraternidad y camaradería tan propios de los pueblos catalán, mongol Contaríamos que el avión en el que viajábamos se estrelló y que del pasaje sólo yo quedé vivo y de la tripulación ella. Que al ver que nadie nos venía a rescatar, decidimos ir a buscar ayuda al pueblo más cercano, pero como los mongoles son nómadas y se desplazan a caballo, nunca pudimos alcanzar ninguna caravana y menos aún encontrar algún pueblo. De manera que una noche, seguiríamos contando, sabiéndonos solos, a la luz y cobijo de una hoguera, como el roce hace el cariño, nos dimos un piquito de nada y luego otro, y algunos más, y otro largo con lengua y, poco a poco nos fuimos animando, nos empezamos a meter mano, y aunque no era nuestra intención principal pero sí en cambio de esperar, terminamos fornicando como posesos en medio de la estepa. Para hacer la historia más creíble, pensamos que colaría si contábamos que al cabo de unos días, no muchos, el servicio de rescate mongol -profesional donde los haya-, dio con nosotros y nos rescató en helicóptero, nos llevó a casa de sus padres, y al enterarse ellos de que habíamos consumado, nos obligaron a contraer matrimonio por el rito mongol, y si alguno de nuestros amigos o amigas nos preguntaba cómo era el rito mongol ya improvisaríamos algo sobre la marcha. O sea, que de que la Despe era de Teruel y de que nos conocimos en la cola del paro de la delegación de la calle Sepúlveda de Barcelona, no diríamos ni una palabra.

– Si la Despe tiene que venir para criticar, mejor se queda en casa- Me advirtió Florinda- y ya te avanzo que después de la cena, como máximo os invito a una copita de anís. La botella cerrada en el mueble bar, que lo sepas, vaya dos vosotros con el anís del Mono…

– Mujer, ¿en una noche tan señalada? – repliqué.

– Tito, de las tajas que pilléis solos me reservo la opinión, pero no me da la gana de que tus nietos oigan la sarta de tonterías que dices en cuanto te pasas con el anís. Venga te espero mañana a eso de las nueve en casa. Dile a la Despe que por un día en su vida se duche bien duchada y se arregle y no me lleguéis tarde que quiero que veamos juntos por la tele el discurso del Rey -.Y tal como terminó de decirlo, se subió de nuevo a lo que quedaba del dron y en vez de salir por donde había entrado que hubiera sido lo más lógico, arremetió en dirección contraria contra los cristales de la ventana de la cocina, y se largó por el patio interior llevándose por delante la ropa tendida de mi vecina Gigliola, una estudiante italiana de Erasmus que decidió alargar su estancia en Barcelona  y desde que se instaló en el piso de enfrente, me tenía el corazón robado.

– El discurso del Rey, sí, vale, adiós, adiós, hasta mañana- le dije mientras se alejaba, percatándome de que del retrovisor del dron colgaba aquel tanguita negro que tan cachondo me ponía cuando lo veía en el tendedero de la galería.

Una vez barridas la salita y la cocina y habiendo hecho las fotografías pertinentes para reclamar al seguro el importe de los cristales, me dispuse a retomar de nuevo la meditación para ver si podía resarcirme de aquel susto, que no fue más que el preludio del siguiente, cuando la Despe llegó del supermercado y al darse cuenta de que las ventanas no tenían cristales, se puso a gritar profiriendo improperios e insultos, que prefiero no mencionar aquí por mor de no revivir de nuevo lo minúsculo y humillado que me hizo sentir.

-Ooooooooommmmm- fue la única palabra que se me ocurrió articular ante el monumental vituperio.

– Déjate de de om ni am ni leches, que me tienes contenta tú con tanto yoga, dios que cruz, de verdad, que ganas tengo de que en una de tus meditaciones levites, se cuele una corriente de aire por la ventana y se te lleve planeando allende de las fronteras, del universo o a la quinta hostia, donde sea que te pierda de vista, me da igual.

Haciendo gala del perfecto control mis emociones la miré a la cara con la mejor de mis sonrisas y volví a entonar el mantra mágico que amansa a las fieras – Ooooooooommmmm, repite conmigo Despe, ooooooooommmmm- Me acerqué a ella, la rodeé con mis brazos por la cintura y le volví a susurrar el mantra al oído – Ooooooooommmmm.

-Ooooooooommmmm- repitió ella entornando los ojos y esbozando media sonrisa – “hooooooooommmmmbre de dios –  Y los dos nos reímos y nos dimos un besito en los labios, señal inequívoca de que había terminado el embate y se había saldado en empate.

– Anda suéltame Tito que he comprado langostinos para la cena de Nochebuena y tengo que meterlos en la nevera.

– Pues mira, justamente de eso te quería hablar.

– ¿De langostinos o de neveras?

– De la cena de mañana, de la cena de Nochebuena.

– ¿Y qué le pasa a la Nochebuena?

– Verás, mientras estabas comprando ha venido a verme Florinda para decirme que quiere que mañana cenemos toda la familia junta. No sé qué le ha dado que dice que nos hemos de reconciliar y que tenemos que hacer un esfuerzo para mantener unas relaciones cordiales. Me ha dicho no sé qué de la fraternidad, de que somos occidentales, de vivir en paz y armonía y yo qué sé qué más. El caso es que irán mis hijos y mis nietos, su hermana con sus hijos y nietos y también Asier su novio, el vasco. En fin que quiere que vayamos, vaya.

– ¿Y a esa qué le pasa ahora?

– Pues no sé, está chocha, será cosa de la edad o el efecto de las campañas publicitarias navideñas que la ponen melancólica. La cosa es que me ha dicho que vayamos mañana un poco antes de las nueve para ver juntos el discurso del Rey.

– ¿El discurso del Rey? ¿Y qué pinta aquí el Rey?

– Pues la verdad no tengo ni idea, pero no me parece mal recuperar unas relaciones truncadas años atrás y procurar llevarnos bien a partir de ahora, además, Nochebuena  es fecha propicia para estos menesteres, ¿no crees?.

– Quizá tengas razón, no perdemos nada- admitió indolente.

Así que al día siguiente por la tarde, a eso de las siete, le dije a la Despe que se duchara bien duchadita y que se arreglara para ir a cenar en familia.

– ¿Qué quieres decir con eso de bien duchadita? Me requirió sorprendida ipso facto.

– Pues eso, que te duches bien, que Florinda me ha dicho que te duches bien duchadita.

Entre las muchas virtudes que mi Despe tenía, no figuraban las del temple, ni la calma ni tampoco el sosiego, sino más bien lo contrario. No dejaba pasar una, al más mínimo atisbo de reproche hacia su persona o cualquiera de los suyos, era incapaz de encajar con cintura la crítica y se defendía con furibundos ataques consistentes en insultos, amenazas y ultimátums violentos  que por lo general cumplía si su oponente no pasaba por el aro. No se podía controlar, llevaba la violencia incorporada en sus genes.

– ¿Perdona? ¿Qué tu ex mujer te ha dicho que me digas que me duche bien duchada? ¿Pero quién se ha creído que es esta mojigata? ¿de qué habla? ¿Acaso insinúa que voy sucia? ¿Qué huelo mal?

– No mujer, no es eso, habrá querido decir que puede que en alguna ocasión, a ella le habrá parecido  que no ibas limpia del todo, no se… No le des más importancia, ya sabes el poco tacto que tiene la pobre.

– ¡Y que lo digas, me está llamando guarra con todas las de la ley, ya ves tú el tacto que tiene esta imbécil!

– A ver Despe- le respondí dándome cuenta de que había metido la pata-, las cosas como sean, de vez en cuando te huele un poco la castañita, ya lo hemos hablado alguna que otra vez y no pasa nada mujer, esto son cosas que sobrevienen cuando una no lleva una higiene esmerada. Yo mismo, alguna vez…

– ¡Lo que me faltaba! ¿tú también me estás llamando guarra Tito? ¿es eso lo que quieres decir? ¿es por eso que no me pones la mano encima desde hace más de siete meses? ¿tan mugrienta voy? ¿Eh, eh?- y va la tía y en un arrebato de cólera, excitación o las dos cosas a la vez, se desabrocha la camisa, se rasga la falda, se planta frente a mí en ropa interior (sujetador color carne de aros y braga azul cielo por encima del ombligo) y mirándome fijamente a los ojos, se me pone a bailar samba imitando con la boca el sonido de un silbato carioca carnavalero: pipiri pi pi piri pi pi pi, pipiri pi pi piri pi pi pi.

– Anda ven Tito, acércate, a ver si voy tan sucia como dice tu ex, venga huéleme, tócame, manoséame y hazme tuya de una vez, antes bien que te gustaba ¿ya no me deseas? ¿o es que te me has vuelto rarito? Venga, cómeme esas tetitas que tanto te habían gustado – me requería haciendo bailar sus fláccidos senos medio palmo delante de mí – pi pi ri pi pi piri pi pi pi

– Deeeespe, tápate las cantimploras y vete pasando a la ducha que después voy yo, anda que se nos hará tarde y no llegaremos a tiempo para ver el discurso del Rey – le reprobé condescendiente para ver si la convencía y me dejaba en paz. Pero por lo visto, mis reproches no surtieron efecto alguno sino que por contra, cuanta más resistencia ofrecía, más cachonda y violenta se ponía.

– ¡Que Rey ni que ocho cuartos, ven aquí pichón! Compórtate como aquel machote que tan contenta me tenía años ha ¿No te gustan mis tetitas arrugadas? ¡Dime que sí, anda, dime que aún te gustan y que estoy más buena que nuestra vecina Gigliola! ¿qué te crees, que no me he dado cuenta de que se te cae la baba cada vez que la ves? viejo verde, que eres un viejo verde degenerado! Anda, lámemelas, lámemelas- y uniendo sus manos por detrás de mi nuca, de una fuerte sacudida incrustó mi rostro entre sus pechos, y continuó presionando con una fuerza tal que no me dejaba ni siquiera respirar.

– ¡Que me chupes las tetas abuelete de mierda, sorbe! – gritaba desbocada- te vas a enterar tú de cómo las gasta la Despe. Ooooooooommmmm, ooooooooommmmm, ¿Qué, no hay mantra que valga ahora eh? Anda, repite conmigo, ooooooooommmmm- y sin dejar de sujetarme y menos aún de gritarme, agarró el cenicero de mármol de Carrara que teníamos encima de la mesita del recibidor, y me asestó un porrazo en la cabeza que me dejó trastocado y sin fuerzas, rendido como un pelele a su arbitrio, esperando un segundo porrazo que no tardó nada en llegar. Y un tercero, y un cuarto, y ya no sé cuántos más, porque después del primero sólo tuve un instante la mente consciente, aunque fue suficiente para poder comprender que en la vida, menos la muerte nada es trascendente, que las cosas pierden valor con el tiempo, que a su vez te da perspectiva, y transforma en recuerdos los traumas aunque ya no se olviden, porque ya no se olvidan. Porque nunca se olvidan. De pronto tuve la sensación de que ya no me gobernaba, que no me pertenecía y de que aquella nochebuena no llegaría a cenar ni a comerme los turrones. Así fue.

Capítulo 4 Recuerdo o trauma segundo

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